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martes, 22 de febrero de 2011

Entre cisco y canción



Cuento
Por Efraín Otaño Gerardo
 (Tomado del libro: La Ciénaga por dentro)
...si no creyera en la locura
De la garganta del sinsonte,
Si no creyera que en el monte
Se esconde el trino y la pavura...
Silvio Rodríguez

Existe en mi una fuerza que me atrae a la soledad; no sé explicar la causa; aunque creo que se debe a la forma en que me he criado, siempre solo, aun con el complejo de no conocer siquiera a mi padre, viendo a mi madre consumirse en sufrimientos y recuerdos, hundida en sus secretos, negándome mi procedencia.

Cuando cumplí la mayoría de edad, con mucho cuidado, para no herir sus sentimientos, y no pensara que me molestaba llevar solo sus apellidos, le pedí a mi madre que me contara acerca de mi pasado. Quería, aunque no lo conociera, saber quién había sido mi padre, qué hacía, cómo era. Me convencí de que iba a morirse con sus misterios cuando dijo, casi ausente de sí misma:

- Mira mi´jo, no vale la pena que yo te diga quién fue. Si te diré que fue un hombre de mucha vergüenza, el único hombre que he queri´o en mi vida. Tú has si´o testigo por to´ estos años que he vivi´o pa´ verte crecer y arrastrar conmigo muchos recuerdos. Ya que quieres saber, te pido que no te arrepientas de tu madre. Cuando era joven fui una muchacha como otras; alegre, inquieta y con mucho orgullo. Lo conocí a él, tuvimos una relación muy linda; pero oculta de mis padres y caí en estado. En aquellos tiempos eso era imperdonable y él prefirió irse pa´ siempre y dejar en el misterio mi preñé´.  Yo le fui fiel y supe guardar su secreto. Un día se paró frente a mí y me dijo que se iba y no regresaba más. Me parece verlo cerca del trillo del monte, con su jolongo a cuesta, su mano izquierda, deformá´ por aquella terrible herida que le había llega´o hasta el güeso; deformándole pa´ siempre su brazo; y su cabeza llena de miedos y deseos, diciéndome hasta nunca. Es como si se lo hubiera traga´o la tierra.

Abundantes lágrimas corrían por sus mejillas impidiéndome ver sus ojos, y sus palabras entrecortadas me hicieron admirarla mucho más; tanto, que jamás se me ocurrió hablar de ese tema.

Existe en mí una fuerza que me atrae a la soledad. Será por todo eso que desde pequeño admiro a Pancho; hombre arisco y esquivo a pesar de ser muy servicial; aunque nunca he logrado sacarle fuera de dos o tres frases incompletas.


He decidido acercarme más a él y a su misterioso silencio, por eso anteayer comencé a trabajar haciendo carbón.

Hoy lo veo más comunicativo que de costumbre, vamos hacia el plan, todos duermen y la madrugada comienza  a ser virgen.

- Yo to´ lo que he hecho en mi vida es hacer carbón, desde que era un pichón – me asegura uno de los pocos carboneros que quedan de aquellos “tiempos malos”, como ellos mismos les llaman a los años antes del triunfo; y le creo, porque ver a este “galleguito” es como estar mirando a un horno bien parado: firme, con incontables aristas y ofreciendo su humo al infinito; escurridizo para mostrar sus interiores, enseñando solo a intervalos sus matices. Entonces, manejándolo igual, logré entrar en sus misterios.

Cuando a un horno se le da candela siempre comienza a quemar de arriba hacia abajo, por eso traté de que Pancho comenzara la historia desde su infancia.

- Los únicos juguetes que nos esperaban a mis hermanos y a mí el día de los Reyes Magos, eran el peine, el jabuco y el gancho de sacar carbón, que aparecían a orillas del plan del viejo mío. Vivíanos en la Piojota, un lugar que está como a tres kilómetros de aquí, del batey de Pálpite.

Hace una pausa y la sonrisa desemboca a flor de labios.

- Pa´ que contarte cómo hacíanos, si teníanos que prendernos del bueno con el viejo, pa´ poder salir afuera con la casa.

Espero que siga, pero se ha quedado como buscando un respiradero por donde puedan salir sus palabras. Logro adentrarlo en el camino de los recuerdos y continúa con voz apagada:

- Aquellos eran tiempos duros de verdá´; la comida había que ir a buscarla a Jagüey, en una guagüita de línea que pasaba una vez al día: si te ibas hoy, tenías que virar mañana; y casi siempre la comida se traía fia´.

Echo algunas paladas de tierra por uno de los lados del horno para hacerle comprender que no entendí eso bien y me explica:

- Mira, chico, el problema es que nosotros pagábanos esa comida, cuando terminábanos de quemar un hornito y así liquidábanos lo que ya nos habíanos comí´o; trabajábanos pa´ comer algo y así poder vivir más o menos como cristianos.

Reaviva un poco la candela que habíamos hecho con una pila de cisco para ahuyentar los mosquitos y jejenes; le acerca unas hierbas secas para lograr la humacera y prosigue:

- Un día por poco se nos muere mi hermano Severo. Resulta que nos tocaba a él y a mí darle la vuelta al horno por la madrugá´, y como le habianos da´o candela el día anterior, el muy cabrón estaba en su apogeo; entonces Severo coge el rodillo y empieza a quitarle un poco ´e tierra pa´ que emparejara, porque el viento lo estaba atacando por el otro la´o. Yo por mi parte di la vuelta pa´ tapar los respiros por el lugar que atacaba el viento y cuando llamo a Severo pa´ preguntarle como andaba la cosa, veo que no me responde. Como lo llamé alrededor de tres veces y na´, voy un poco engeni´o  pa´onde estaba él y lo veo batallando con una pila grandísima de tierra y yerba, que se le había veni´o  encima y lo había tumba´o, y por poco lo ahoga. Yo de lo más nervioso salí corriendo a avisarle al viejo; pero por suerte las quemaduras no fueron graves y logró sanarse. Eso nos costó quemar dos hornitos gratis pa´ pagarle al dueño, que fue el que nos prestó el dinero pa´ lo del médico.

Siento que es hora de tapar una boca que se ha abierto en el horno que Pancho lleva por dentro y le brindo un trago de café que intencionalmente había preparado antes de venir a su plan.

- Este trabajo me gusta por lo silencioso que es- me dice con orgullo-; yo me levanto cuando todos duermen y en el silencio de la noche siento como cantan los grillos. Veo volar la lechuza buscando qué comer en la claridá´ de la luna, y así voy pasando los días rodea´o del cisco y del monte con sus secretos.

Está llegando el momento del horno dar la pata y comenzar a limpiarlo de los restos de hierbas para sacarlo, y también Pancho empezó a contar pasajes escondidos de su vida:

- Aquí vinieron unos maestricos, casi niños, por allá por el año sesenta y uno. Venían a enseñarnos a leer y a escribir; afigúrate lo bien que nos cayó a nosotros, que unos culicaga´os de la capital, vinieran aquí dentro a la enseñadera esa. Yo me decía: ¿Quién rayos le dijo a ellos que pa´ hacer carbón hace falta saber cuánto es dos por tres? Pero un día llegó a la casa a hablar con el viejo, una mujer de lo más bonita, y yo no sé to´avía cómo lo convenció pa´ ponernos a estudiar.
Así aprendí a leer y a escribir lo poco que sé. En el tiempo que la maestra aquella nos estaba dando clases, fue que vino lo de la invasión y de buenas a primera´  se perdió. Comentabanos a los dos o tres días que la maestra “había puesto los pies en polvorosa”, pero estabanos equivoca´os to´s nosotros; ella la verdá´ había ido pa´ Buena Ventura a pedir un fusil y combatir en lo de Girón.

Se ha apagado el farol y al encenderlo veo rodar por el horno carbones encendidos, y por la frente de Pancho corren gruesas gotas de sudor. Introduzco el gancho de sacar carbón en el horno y logro que de su interior broten destellos de luz; Pancho se ha abierto y me cuenta:

- Muchos de mis conocí´os me han propuesto otro trabajo, pero a la verdá´, aunque quisiera nunca lo haría. No es que yo sea creyente, pero yo le prometí a mi difunto hermano, que sería carbonero to´a la vida.

Arrastro con el peine todo el cisco y la tierra, que ha quedado en el plan después de ensacar el carbón y llevo a Pancho más cerca de sus recuerdos.

- Mi hermano Servando era el mayor de la familia. Él siempre se levantaba muy temprano, pa´ abrir el tajo ´e leña que ibanos a cortar ese día; pero esa vez se levantó más temprano que nunca. Sin hacer ruidos se fue pa´ no verlo nunca más. Nadie lo vio irse, desapareció como si se lo hubiera traga´o la tierra; por eso es que paso la vida haciendo carbón, así tengo la esperanza de que algún día, entre la tierra que le hecho y le saco al plan, encuentre los restos de mi hermano desapareci´o , porque dicen que la que la tierra se traga, tiempo dispué´ lo devuelve.


Me dan ganas de reír las ocurrencias de Pancho; pero la manera con que ha ahecho su sentencia es demasiado seria para causar risa; se me ocurrió solamente preguntarle:

- Pero, Pancho, ¿cómo tu reconocerías los restos de tu hermano en caso de que aparezcan?

- Mira mi´jo- me dice con más confianza-, conocería los restos de mi hermano entre miles. Él estaba muy extraño en aquellos días, como preocupa´o por algo que le afectaba mucho, y así como ido, en el corte de leña se dio un hachazo en la mano izquierda que le llegó hasta los güesos y el deformó el brazo pa´ to´a la vida.

Aquellas palabras penetraron en mi alma como una lanza al rojo vivo. No podía creer lo que escuchaba. Mi cuerpo empezó a caer lentamente, encliné mi frente y besé aquel polvo bendito. Mi vista se irguió y, mirando en el humo que mansamente subía al cielo la imagen de mi madre diciéndole adiós, tuve fuerzas para susurrar:

- Quiera Dios, si es que existe, que sus restos aparezcan, Pancho.

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