ZAPATEANDO
Por Efraín
Otaño Gerardo
“Zapateando”
es un verbo con varias acepciones,
pero
con licencia de la Real Academia de la Lengua Española,
vamos
a utilizarlo con un nuevo significado,
en
este caso para nosotros será: “Andar por Zapata”.
Viajaremos
juntos, con ayuda de la imaginación
a
través de la Ciénaga de Zapata
en
busca de sus misterios y de sus encantos
para
desenterrar el secreto de las piedras.
García, el poeta.
Hay
tiempo que no me veo
En
el cristal del espejo,
Porque
sé que soy un viejo
Canoso,
arrugado y feo.
Pero
me queda el deseo
De
volver a aquel placer,
Por
eso quiero saber
Porque
ya estoy confundido:
¿Adónde
se habrán metido
Los
buenos ratos de ayer?
(García,
en vísperas de su 99 cumpleaños.)
Yo
nací en el año tre’
Según
cuenta la inscripción,
Natural
de Bolondrón
Y
lo demás, no lo sé.
Más
tarde me bauticé,
-me
dieron agua salobre-
Y
las campanas de cobre
Repicaron
un momento,
Dándome
el presentimiento
Que
iba a ser poeta y pobre.
Así
reza esta legendaria décima de Gregorio Duque, para todos en la
Ciénaga de Zapata, García, el poeta. Pero realmente el nació el 17
de noviembre de 1902, según aseguran sus familiares.
Desapolillando
algunos registros de antaño encuentro mis apuntes sobre este
maravilloso ser. Fue precisamente en ocasión de su natalicio número
cien, el 17 de noviembre de 2002, que su familia me invitó a la
festividad que se haría para agasajarlo. Acudí gustoso con el doble
propósito de estar en la inauguración de su casa como Hogar
Cucalambé,
distinción esta, ganada por su obra creadora, y con la idea de
recoger en vida, sus relatos.
Padecía
de sordera avanzada y se me hizo difícil la comunicación
directamente con él, por lo que me apuntalé en Mabel, su hija y en
Ramona, su eterna esposa. Quedé impresionado de la rica trayectoria
poética de este longevo del humedal. Ojalá que mis escasos recursos
literarios no atenten contra el cúmulo de méritos, historias,
leyendas y poesía con que cuenta García en todo el bregar por su
vida de bohemio y cantor de nuestro folclor campesino.
Lo
veía como un júcaro, fuerte y frondoso sobreviviendo en medio del
pantano. Me pregunté por cuántas calamidades tuvo que pasar este
hombre en los tiempos en que decidió venir para la Ciénaga a
ganarse la vida haciendo carbón. Ni él mismo recuerda cuándo fue
el día, pero si lo agradece cuando en sus décimas dice:
Hoy
yo recuerdo que un día
Bajo
un recio temporal
Me
presenté en un central
Que
muy poco conocía,
Pero
una guagua salía
Completamente
barata
Por
dos pesetas de plata
En
la playa me dejó
Donde
allí me recogió
La
Ciénaga de Zapata.
Cuando
del campo salía
Con
la guataca en el hombro
Con
el alma hecha un escombro
Nadie
me favorecía,
Ningún
pudiente venía
A
hacerme la vida grata
Ni
a ofrecerme una contrata
Para
ganar la comida,
Y
tú me diste la vida
Mi
Ciénaga de Zapata.
Cuando
en el llano no había
Donde
bajar la cabeza
Y
el obrero, con certeza,
Si
almorzaba no comía,
Caminaba
y no tenía
Donde
conseguir la plata
Ni
hacerme la vida grata,
Nadie
por mi casa vino,
Tú
si me abriste el camino
Mi
Ciénaga de Zapata.
La
poesía a Gregorio le entró por la piel y por la sangre. Cuentan que
su tío y su madre fueron los encargados de trasmitirle ese don del
repentismo y la poesía:
(…)
Mamá
era bruta al hablar
Y
por no saber leer
Nunca
se desarrolló,
Era
bruta igual que yo
Porque
hablaba de este modo
Por
decir: tengo de todo
Decía
tengo de to’.
Desde
entonces le viene el verso octosílabo con la voz del alma y del
corazón. Esto lo demuestra una de sus más antiguas décimas:
Desde
mi más tierna eda’
Me
enredé con el trabajo,
Con
un salario muy bajo
Según
mi capacida’.
Tuve
la necesida’
De
ganarme unas pesetas
Y
entre bueyes y carretas
Me
pasaba todo el día
Sin
pensar que yo tenía
Inclinación
de poeta.
Me
gusta recalcar, en cada uno de estos trabajos dedicados a poetas que
hicieron leyenda en el humedal, que ellos poseían o poseen en su
mayoría un bajo nivel cultural o casi nulo, por lo que no tengo como
distinción significativa los posibles errores técnicos que se
puedan encontrar en la décima, sino el valor de la obra en sí.
Una
vez instalado en la Ciénaga de Zapata y lejos de su natal Bolondrón,
Gregorio Duque comenzó a conocerse dentro del mundo de la poesía
con el seudónimo de García, el poeta, quizás porque García es más
fácil rimar que Duque o por compararse jocosamente con el popular
poeta pinareño Celestino García. Lo cierto es que en cuanto
convite, canturía o guateque en los que participaba Gregorio, era
respetado por su espontaneidad y galantería hacia las damas,
atrayendo más de un corazón femenino. Con elocuencia y altanería
se plantaba con la firmeza de un roble y la bondad de un soplillo
ante los concurrentes que vibraban al escuchar sus tonadas al compás
del laúd y el aguardiente de aquellos tiempos. No por gusto era un
caballero de la décima improvisada y verdadero rey con la corona de
poeta.
Este
primer siglo de vida lo celebra en Soplillar y es ocasión propicia
para que le broten del alma algunas inspiraciones llenas de
nostalgia, indudablemente debido a heridas que le ha dejado el tiempo
vivido:
Aquí,
cuando el claro día
Se
oculta en el horizonte
De
negro se viste el monte
Y
es todo melancolía.
La
luna pálida y fría
Baña
los verdes palmares,
Las
aves buscan lugares
Donde
ocultarse en su nido
Y
yo me lanzo rendido
Al
sueño de los pesares.
El
recuerdo de este sencillo, pero admirable hombre, no cabe en un libro
de mil páginas, por lo que me resulta complicado resumir en apenas
algunas, el extraordinario mundo que representa esta enciclopedia
humana y no correr el riesgo de omitir cosas o poner otras de más.
García
era casi analfabeto, sin embargo, sus palabras brotaban del
diccionario del tiempo pasado. Por eso al hablar de la época antes
del triunfo Revolucionario en la Ciénaga de Zapata, su expresión
fue convincente:
- ¡Pa’ su madre, yo no quiero acordarme de aquello!
Le
hace señas a Mabel, que me ha servido de comunicadora, le dice algo
al oído. Ella entra al cuarto y regresa con un papel amarillento y
casi gastado por los dobleces. Lee:
Aquel
rústico colchón
Hecho
de junco y masío,
Yace
en el suelo sombrío
Convertido
en pudrición,
Por
la misma dirección
Siguiendo
derecho el trillo:
Un
hoyo entre dos soplillos
Ya
cubierto de maleza
Donde
cayó de cabeza
El
isleño Tomasillo.
Del
rancho queda un horcón
Que
por ser madera dura
Hasta
el momento perdura
Como
una recordación,
Los
dos hierros del fogón
“sobre
del suelo” alineados
Como
dos viejos soldados
Que
custodian un castillo,
Atentos,
mirando el trillo
Por
donde se fue el pasado.
Posiblemente
sea esta, una de las décimas donde el poeta pone al desnudo su
desprecio por los gobiernos de turno antes de 1959 y el deseo de
tachar lo que pudiera agrietarle cicatrices y transferirle sinsabores
vividos.
Toda
una institución dentro de las tradiciones campesinas dentro del gran
humedal sureño, cuenta en su haber premios y menciones en diferentes
concursos de poesía, pero sin duda, el premio mayor fue haber
nombrado “hogar
Cucalambé”
a su casa, en reconocimiento a su loable labor en el verso
improvisado.
García, junto a nuestro gran poeta Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí
García,
el poeta; a cien años de su nacimiento, conserva su lucidez y sigue
viviendo encerrado entre ocho sílabas.
- Lo mismo le hago una décima a un perro que a un aura tiñosa, que al vecino de la esquina que fue engañado por su mujer- me dice mientras me río de sus ocurrencias, pero Mabel, eficiente, me entrega un papel y efectivamente:
La
tiñosa hace su nido
En
el fondo de un barranco,
El
pichón le nace blanco,
Tiñoso,
descolorido.
Allí
vive sometido
A
comer lo que le cuadre,
Y
la misteriosa madre
No
le da la liberta’
Hasta
que el pichón no está
Tan
negro como su padre.
La
lechuza, que es pollera,
Sale
a cazar cuando hay frío
Y
dispara unos chilli’os
Que
horrorizan a cualquiera,
Ellas
buscan la manera
de
salir siempre de prima
y
con mucha disciplina
se
esconden entre las matas
y
se llevan en las patas
un
pollo o una gallina.
Me
quedo esperando la décima al vecino engañado, pero Mabel, con
malicia me comenta:
- No le hagas caso, él es así. Fíjate que escribió una décima para cuando se muera- y sin darme tiempo a reaccionar lee:
Una
blanca mariposa
Por
ser la flor nacional,
Es
el recuerdo ideal
Que
he de llevar a mi losa,
No
quiero lirio ni rosa
Ni
llanto en mi cabecera,
Solo
una cruz de madera
De
caoba o de varía
Con
las iniciales mías
Y
la fecha en que yo muera.
Digo
para mis adentros “¿Quién
fuera como él?” y
en ese mismo instante, por coincidencias de la vida que nadie puede
explicar, comienza la ronda de poetas que participaban de la canturía
por motivo de la celebración y es Enrique Vázquez Ravelo, conocido
poeta jagüeyense, devenido cenaguero de alma, quien me contesta con
su primera redondilla:
Para
ser como García,
Mezcla
de tabaco y ron,
Hay
que hacerle, de carbón
Un
traje a la poesía
(…)
Nada,
que hay hombres que no debieran morir nunca o por lo menos ponerlos
en el lugar que debieron vivir alguna vez.
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