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sábado, 1 de febrero de 2014


 
ZAPATEANDO

Por Efraín Otaño Gerardo


Zapateando” es un verbo con varias acepciones,
pero con licencia de la Real Academia de la Lengua Española,
vamos a utilizarlo con un nuevo significado,
en este caso para nosotros será: “Andar por Zapata”.
Viajaremos juntos, con ayuda de la imaginación
a través de la Ciénaga de Zapata
en busca de sus misterios y de sus encantos
para desenterrar el secreto de las piedras.


García, el poeta.


Hay tiempo que no me veo
En el cristal del espejo,
Porque sé que soy un viejo
Canoso, arrugado y feo.
Pero me queda el deseo
De volver a aquel placer,
Por eso quiero saber
Porque ya estoy confundido:
¿Adónde se habrán metido
Los buenos ratos de ayer?

(García, en vísperas de su 99 cumpleaños.)


Yo nací en el año tre’
Según cuenta la inscripción,
Natural de Bolondrón
Y lo demás, no lo sé.
Más tarde me bauticé,
-me dieron agua salobre-
Y las campanas de cobre
Repicaron un momento,
Dándome el presentimiento
Que iba a ser poeta y pobre.

Así reza esta legendaria décima de Gregorio Duque, para todos en la Ciénaga de Zapata, García, el poeta. Pero realmente el nació el 17 de noviembre de 1902, según aseguran sus familiares.

Desapolillando algunos registros de antaño encuentro mis apuntes sobre este maravilloso ser. Fue precisamente en ocasión de su natalicio número cien, el 17 de noviembre de 2002, que su familia me invitó a la festividad que se haría para agasajarlo. Acudí gustoso con el doble propósito de estar en la inauguración de su casa como Hogar Cucalambé, distinción esta, ganada por su obra creadora, y con la idea de recoger en vida, sus relatos.

Padecía de sordera avanzada y se me hizo difícil la comunicación directamente con él, por lo que me apuntalé en Mabel, su hija y en Ramona, su eterna esposa. Quedé impresionado de la rica trayectoria poética de este longevo del humedal. Ojalá que mis escasos recursos literarios no atenten contra el cúmulo de méritos, historias, leyendas y poesía con que cuenta García en todo el bregar por su vida de bohemio y cantor de nuestro folclor campesino.

Lo veía como un júcaro, fuerte y frondoso sobreviviendo en medio del pantano. Me pregunté por cuántas calamidades tuvo que pasar este hombre en los tiempos en que decidió venir para la Ciénaga a ganarse la vida haciendo carbón. Ni él mismo recuerda cuándo fue el día, pero si lo agradece cuando en sus décimas dice:

Hoy yo recuerdo que un día
Bajo un recio temporal
Me presenté en un central
Que muy poco conocía,
Pero una guagua salía
Completamente barata
Por dos pesetas de plata
En la playa me dejó
Donde allí me recogió
La Ciénaga de Zapata.

Cuando del campo salía
Con la guataca en el hombro
Con el alma hecha un escombro
Nadie me favorecía,
Ningún pudiente venía
A hacerme la vida grata
Ni a ofrecerme una contrata
Para ganar la comida,
Y tú me diste la vida
Mi Ciénaga de Zapata.

Cuando en el llano no había
Donde bajar la cabeza
Y el obrero, con certeza,
Si almorzaba no comía,
Caminaba y no tenía
Donde conseguir la plata
Ni hacerme la vida grata,
Nadie por mi casa vino,
Tú si me abriste el camino
Mi Ciénaga de Zapata.


La poesía a Gregorio le entró por la piel y por la sangre. Cuentan que su tío y su madre fueron los encargados de trasmitirle ese don del repentismo y la poesía:

(…)
Mamá era bruta al hablar
Y por no saber leer
Nunca se desarrolló,
Era bruta igual que yo
Porque hablaba de este modo
Por decir: tengo de todo
Decía tengo de to’.

Desde entonces le viene el verso octosílabo con la voz del alma y del corazón. Esto lo demuestra una de sus más antiguas décimas:

Desde mi más tierna eda’
Me enredé con el trabajo,
Con un salario muy bajo
Según mi capacida’.
Tuve la necesida’
De ganarme unas pesetas
Y entre bueyes y carretas
Me pasaba todo el día
Sin pensar que yo tenía
Inclinación de poeta.

Me gusta recalcar, en cada uno de estos trabajos dedicados a poetas que hicieron leyenda en el humedal, que ellos poseían o poseen en su mayoría un bajo nivel cultural o casi nulo, por lo que no tengo como distinción significativa los posibles errores técnicos que se puedan encontrar en la décima, sino el valor de la obra en sí.

Una vez instalado en la Ciénaga de Zapata y lejos de su natal Bolondrón, Gregorio Duque comenzó a conocerse dentro del mundo de la poesía con el seudónimo de García, el poeta, quizás porque García es más fácil rimar que Duque o por compararse jocosamente con el popular poeta pinareño Celestino García. Lo cierto es que en cuanto convite, canturía o guateque en los que participaba Gregorio, era respetado por su espontaneidad y galantería hacia las damas, atrayendo más de un corazón femenino. Con elocuencia y altanería se plantaba con la firmeza de un roble y la bondad de un soplillo ante los concurrentes que vibraban al escuchar sus tonadas al compás del laúd y el aguardiente de aquellos tiempos. No por gusto era un caballero de la décima improvisada y verdadero rey con la corona de poeta.

Este primer siglo de vida lo celebra en Soplillar y es ocasión propicia para que le broten del alma algunas inspiraciones llenas de nostalgia, indudablemente debido a heridas que le ha dejado el tiempo vivido:

Aquí, cuando el claro día
Se oculta en el horizonte
De negro se viste el monte
Y es todo melancolía.
La luna pálida y fría
Baña los verdes palmares,
Las aves buscan lugares
Donde ocultarse en su nido
Y yo me lanzo rendido
Al sueño de los pesares.

El recuerdo de este sencillo, pero admirable hombre, no cabe en un libro de mil páginas, por lo que me resulta complicado resumir en apenas algunas, el extraordinario mundo que representa esta enciclopedia humana y no correr el riesgo de omitir cosas o poner otras de más.

García era casi analfabeto, sin embargo, sus palabras brotaban del diccionario del tiempo pasado. Por eso al hablar de la época antes del triunfo Revolucionario en la Ciénaga de Zapata, su expresión fue convincente:

  • ¡Pa’ su madre, yo no quiero acordarme de aquello!

Le hace señas a Mabel, que me ha servido de comunicadora, le dice algo al oído. Ella entra al cuarto y regresa con un papel amarillento y casi gastado por los dobleces. Lee:

Aquel rústico colchón
Hecho de junco y masío,
Yace en el suelo sombrío
Convertido en pudrición,
Por la misma dirección
Siguiendo derecho el trillo:
Un hoyo entre dos soplillos
Ya cubierto de maleza
Donde cayó de cabeza
El isleño Tomasillo.

Del rancho queda un horcón
Que por ser madera dura
Hasta el momento perdura
Como una recordación,
Los dos hierros del fogón
sobre del suelo” alineados
Como dos viejos soldados
Que custodian un castillo,
Atentos, mirando el trillo
Por donde se fue el pasado.

Posiblemente sea esta, una de las décimas donde el poeta pone al desnudo su desprecio por los gobiernos de turno antes de 1959 y el deseo de tachar lo que pudiera agrietarle cicatrices y transferirle sinsabores vividos.

Toda una institución dentro de las tradiciones campesinas dentro del gran humedal sureño, cuenta en su haber premios y menciones en diferentes concursos de poesía, pero sin duda, el premio mayor fue haber nombrado “hogar Cucalambé” a su casa, en reconocimiento a su loable labor en el verso improvisado.

García, junto a nuestro gran poeta Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí


García, el poeta; a cien años de su nacimiento, conserva su lucidez y sigue viviendo encerrado entre ocho sílabas.

  • Lo mismo le hago una décima a un perro que a un aura tiñosa, que al vecino de la esquina que fue engañado por su mujer- me dice mientras me río de sus ocurrencias, pero Mabel, eficiente, me entrega un papel y efectivamente:

La tiñosa hace su nido
En el fondo de un barranco,
El pichón le nace blanco,
Tiñoso, descolorido.
Allí vive sometido
A comer lo que le cuadre,
Y la misteriosa madre
No le da la liberta’
Hasta que el pichón no está
Tan negro como su padre.

La lechuza, que es pollera,
Sale a cazar cuando hay frío
Y dispara unos chilli’os
Que horrorizan a cualquiera,
Ellas buscan la manera
de salir siempre de prima
y con mucha disciplina
se esconden entre las matas
y se llevan en las patas
un pollo o una gallina.

Me quedo esperando la décima al vecino engañado, pero Mabel, con malicia me comenta:

  • No le hagas caso, él es así. Fíjate que escribió una décima para cuando se muera- y sin darme tiempo a reaccionar lee:

Una blanca mariposa
Por ser la flor nacional,
Es el recuerdo ideal
Que he de llevar a mi losa,
No quiero lirio ni rosa
Ni llanto en mi cabecera,
Solo una cruz de madera
De caoba o de varía
Con las iniciales mías
Y la fecha en que yo muera.


Digo para mis adentros “¿Quién fuera como él?” y en ese mismo instante, por coincidencias de la vida que nadie puede explicar, comienza la ronda de poetas que participaban de la canturía por motivo de la celebración y es Enrique Vázquez Ravelo, conocido poeta jagüeyense, devenido cenaguero de alma, quien me contesta con su primera redondilla:

Para ser como García,
Mezcla de tabaco y ron,
Hay que hacerle, de carbón
Un traje a la poesía
(…)


Nada, que hay hombres que no debieran morir nunca o por lo menos ponerlos en el lugar que debieron vivir alguna vez.


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