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viernes, 1 de abril de 2011

Trincheras de carbón

 


Por Efraín Otaño Gerardo
...si no creyera en la locura
de la garganta del sinsonte
si no creyera que en el monte
se esconde el trino y la pavura..

Silvio Rodríguez

¿Quién lo iba a decir? Que yo, un niño nacido entre los brazos del monte, podría darle la mano a Fidel Castro, el líder de la Revolución Cubana. ¡Si mi abuelo Félix viviera!
Si, porque querer a Fidel desde chiquito me lo enseñó él, y no lo he defraudado, y menos después que pude verlo de cerca y darme cuenta que era de verdad, que no era un Dios como me decían al principio, que tenerlo cerca algún día eran sueños irrealizables.
Yo se que hay gente que no quiere a Fidel, pero ese no es mi problema, como yo tengo el derecho de no querer a otros y creo que cada quién debe respetar el querer de los demás. ¿No creen?
Y para mí, esas son de las cajas de sorpresas que tiene la vida, de las que hablaba Onelio Jorge Cardoso, eso también es la magia de una Revolución.
 Si, porque las transformaciones de la Ciénaga de Zapata, por donde los siglos pasaban sin transformar nada y donde quizás el poeta Gustavo Adolfo Bécquer hubiera podido decir con más razón: "hoy como ayer/ mañana como hoy/ y siempre igual”, asombran tanto como si el tiempo fuera un pantano más.
Magia tuvo que ser para los carboneros la sustitución del guano por la mampostería, las fangosas veredas por el asfalto del camino, los niños descalzos por los niños calzados, el pacífico hachero por el mambí de Playa Girón, y el analfabetismo por la escuela, el libro y la cultura…

Y magia tuvo que existir para que en el limbo de la madurez, ocurriera lo inesperado. Si, porque de pronto me enteré que mi hija Kenia participaría en la Tribuna abierta saludando la victoria de Girón en su 40 aniversario, entonces comenzaron las flores silvestres a aparecer entre los trillos de  mi tierra de carbón y manglares. ¡Venía Fidel al acto! ¿Cuántas cosas piensa uno en ese momento? No sé realmente

Recuerdo que dormí muy poco la noche del 18 de abril, hay horas que parecen soles preñados de ansiedad, y pensar en la responsabilidad que tenía una niña de 10 años ante su pueblo no me permitía conciliar el sueño, sólo a sobresaltos algún que otro pestañazo.
También estaba lo de mi papá, que estaría sentado muy cerca de Fidel, si, porque él es combatiente de aquella heroica gesta e iba a sentarse en las primeras filas. ¡Ojalá pueda saludar a Fidel! Pensaba.
Hubo mucho desespero, es verdad, pero ya hoy puedo verlo todo de manera más sosegada hasta vislumbrar la imagen de aquella mañana del 19 de abril de 2001, hace ya casi diez años.
Debo decir, en honor a la verdad, que a pesar de estar presente, no pude ver en vivo la actuación de Kenia, la emoción y el nerviosismo (por el temor a que se equivocara) no me dejaron oír ni ver nada.
Todavía me pasa cada vez que la tengo que ver ante tantas personas a la vez.
Pero  no debo quitar el protagonismo al hecho en sí con mis comentarios paternales, no debo encausar al lector por pasiones que pertenecen a un círculo íntimo de familiares, aunque he sido testigo de la alegría manifiesta en el pueblo cenaguero porque una de sus hijas los representa en la primera línea junto a Fidel. Sí, porque después estaría  con el comandante muchas otras veces como aquella mañana, en Girón.
Y no demoraría en aparecer otras sorpresas ese día 19.
Siento gran emoción por las felicitaciones del gentío “por lo bien que lo había hecho la niña”, y entre los murmullos y las lágrimas muchos gritaban a mi alrededor ¡La niña está con Fidel!.
Apenas puedo verla desde el lugar donde me encuentro, logro subirme en una silla y la vislumbro junto al comandante, la miro nervioso, casi distante, entre llantos, orgulloso…



Sí, porque uno se siente orgulloso de ver a su hija con Fidel, ¿verdad?, a cualquiera le pasaría lo mismo.
Después vendría su visita a  Korimakao, conjunto artístico dirigido por el conocido actor del cine, la radio y la televisión de Cuba, Manuel Porto, la conversación con todos nosotros y la promesa de ayudar al Conjunto, promesa que cumplió con creces. Sí, porque en eso de cumplir lo que promete, Fidel tiene el uno, lo sabemos muy bien los cenagueros.
Y en el Korimakao
Desde los mismos inicios del triunfo está aquí con nosotros, convirtiendo el “milagro en barro…trocando lo sucio en oro”, porque en este lugar, donde la gente nacía y crecía en la soledad y el desamparo, y se quedaban mirando el agua muerta para siempre, ahora la vida reclama al ingenio popular su pequeña cuota de estética.
Sí, porque ya el cenaguero sabe mirar con buenos ojos el arte y la cultura, porque sabe estudiar para instruirse, porque sabe amar lo que tiene…
O si no que me pregunten a mí, un niño que nació entre los brazos del monte y pude darle la mano a Fidel, ¿Quién me lo iba a decir?
¡Si mi abuelo Félix viviera!

Hace diez años de ese encuentro¡¡

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