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viernes, 7 de enero de 2011

El amor en los tiempos del dollar.



Por Efraín Otaño Gerardo



Cara o cruz.
Fue la misma moneda que al azar,
tiramos al aire cuando cayó el velo de aquel otoño.
No pensamos nunca en nosotros,
                              luego
cada uno prefirió su canción.
¡Cara!
Escogiste primero.
A mi tocó la cruz.
No la cruz pesada del infortunio ni el suplicio del tiempo que no vuelve,
sino la cruz de crucificar lo incierto en el mármol de la lluvia.
¡Cara!
Escogiste primero.
Tu rostro se cubrió de papel carbón
-que calca las razones del odio-
y fuiste a buscar (no se donde y aprovechando el crepúsculo)
otras sonrisas que te quemaban cada gesto
impregnando estiércol fresco a tus bolsillos
de corazón desalmado que no cuaja.
Repellaste tus tablas
ocultando cada desgarrón infantil;
preámbulo de nuestros dientes.
Quebraste el sábado
con un mezquino dollar que te agujereó los ojos
hasta cegarte lo que te quedaba en el alma.
A mi me tocó la cruz,
no la cruz de los muertos caminantes buscando una migaja de pan
...que le queme las entrañas
ni la cruz de no decir nada diciendo,
sino la cruz del calvario honesto que no cambia las mazmorras de la suerte
 por el cardinal deseo ajeno.
...a mi me toco la cruz,
la cruz de simplificar el verso
y regalar al menos,
el esqueleto de una rosa.

-II-


¡Cara!
Escogiste primero.
Cada uno buscó su camino azul de corales,
cada cual sobrevivió la marea y el juego prohibido.
Sin embargo,
mi cruz yacía en la arena de los siglos
en los que tu cara navegaba sobre corriente de volcanes
disolviendo el amor
que por centurias nos juramos.
Y mi cruz
-que acomodó sus letras entre comillas-
levantó una efigie hecha de lágrimas e insomnios
sin poder evitar el torrente del olvido
caer sobre su desgarrado cuerpo
de diplomas y aplausos.
Mientras tu cara,
que supo emplear el camuflaje lejano de la selva
-fatalmente obligado talismán de quimeras-
ahora busca estrellas en un bosque
con antifaz de plata
corrompiéndose en el ciego afán de llegar a la fragancia
sin haber tocado el rocío del amanecer.
Hoy,
en este febrero distinto,
al encontrarnos en el camino
(de cruz)
has preferido esconderte en tu nebulosa
...de cara.

-III-

¡Cara!
Escogiste primero.
Quizás en un milenio impredecible
podrán venir otras tempestades
-candorosa tempestades-
Sólo entonces,
tu fachada se estrujará
sobre el asfalto mojado de los sinsabores
en el mismo instante en que mi aspa
levantará su crispada imagen,
resucitando de la aplastadura
-que por mucho tiempo-
le impuso el desprecio a la simpleza de las manos vacías.
Enterraremos al camaleón,
que cambiando de color, se mantiene en la cúspide del árbol,
defecando a los de abajo.
Vengaremos nuestras sonrisas de la crueldad del silencio,
silencio que alimenta la mediocridad,
el “vamosaversimañana”
o el desamparo de verdades carcomidas.
Moriremos cerrando los ojos
sabiendo que en el más allá
no habrá moneda de dos lados:
¡Tu cara y mi cruz!
estarán en la misma cuenca,
          en el mismo techo,
              con los mismos huéspedes.





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