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lunes, 3 de enero de 2011

La venganza del Lechuzo

El Legendario tata Lechuzo
(fragmentos)

Positivamente existe algo de verdad en todas las tradiciones y leyendas de Zapata, y aún en los relatos más infantiles y disparatados, palpita algo de cierto en sus cuentos.

Todas las haciendas de Zapata han pasado por muy variadas etapas, ellas fueron pobladas y fomentadas en tiempos muy remotos, abandonadas todas en lo absoluto posteriormente y vueltas a fomentar de nuevo al cabo de cierto tiempo, y luego despobladas, de tal modo, que hasta la memoria de su existencia se perdió entre el fango de la ciénaga.

(…)

Durante mucho tiempo, el abandono más absoluto, la despoblación completa de sus tierras y el total olvido de su existencia, caracterizó esta zona, y fue preciso que la descubriera de nuevo y diera razón de sus existencia el legendario Tata Lechuzo, para que los pobladores guajiro se dieran cuenta de que existían esas tierras, y que todo no era ciénaga como creían.

(…)

Cuenta la tradición que existió a mediados del siglo XVIII, en la Hacienda Alcalde Mayor, un individuo incansable en el andar, y lo mismo de día que de noche se encontraba siempre caminando, ocupándose en arrear ganado, de un sitio a otro…Le pusieron por nombre Tata Lechuzo y con ese apodo era conocido en toda la región.
(…)

En esta forma andaba buscando cierto día, ya casi al anochecer, por los montes costeros de la ciénaga, unas reces escapadas de la hacienda, cuando notó rastros de ellas en el monte; se internó y pudo observar un pequeño trillo, que continuaba en plena ciénaga, hacia dentro, y siguiéndolo, pudo convencerse de que en ella había rastro reciente del cruce de animales grandes…

(Juan Antonio Cosculluela,
“Cuatro años en la Ciénaga de Zapata”,
Fragmentos)

CAPITULO I

Tata Lechuzo

-L
a Pinta no ha vuelto entoavía, y es la tercera en menos de un mes- comentó en voz baja Tata Lechuzo, hablando consigo mismo, quitándose el sombrero al tiempo que pasaba las manos para limpiar el sudor que acumulaba su frente.
Valerio Morejón era considerado en la hacienda Alcalde Mayor, el mejor montero de los que allí trabajaban, pero si se preguntaba por su nombre, pocos lo conocían, sin embargo, si mencionaban a Tata Lechuzo, enseguida todos sabían de quién se trataba. Sus amigos lo querían bien.
La preocupación de Tata se debía a qué Don Evaristo le advirtió unos días atrás que no iba a permitirle que se extraviara otra res. Desde que el Don se enteró de las relaciones de amoríos de Tata con Luisa, su trato para con él cambió, y buscaba cualquier pretexto para emprenderla en su contra.
Después supo el porqué; el hijo de Don Evaristo cortejaba a la muchacha desde hacía buen tiempo. Pero eso no lo iba a amilanar, no se “echaría pa´tras en sus intenciones” por el motivo de que el Don era el dueño de Alcalde Mayor, donde él era un simple montero.
Valerio desde que era casi un niño, eligió el oficio de ganadero, siguiendo la tradición que le inculcara su padre, quien le enseño muy bien a utilizar el lazo y otras maldades en el manejo de los animales. La madre murió durante su nacimiento, siendo una hermana, junto a su padre, los encargados de criarlo.
Ahora estaba allí, sentado bajo una guásima cerca del arroyuelo de Alcalde Mayor, recordando con tristeza a ese gran hombre que le entregó todos sus conocimientos y su inmenso cariño de padre.
  Corría entonces el año 1793, y hacía aproximadamente uno de la muerte del “viejo”, como le decía.
En las últimas semanas todo se le complicó: la hermana se fue a vivir con su esposo un poco más al norte del río Damují, en unos cordeles de tierra que heredó su cuñado, algunas reces se extraviaron pese a las advertencias de Don Evaristo, y para males mayores, el hijo de este merodeando la casa de Luisa.



Tata Lechuzo desató la bestia, y con agilidad, de un salto, cayó sobre la montura con gallardía.
-Arre Blanquita- dijo resuelto, partiendo rumbo a la casona del dueño de la hacienda.




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