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viernes, 7 de enero de 2011

La venganza del Lechuzo



 Por Efraín Otaño Gerardo

CAPITULO II

Don Evaristo y Alcalde Mayor

A
lcalde Mayor era una de las haciendas ganaderas más importantes del país a finales del siglo XVIII. Desde las márgenes del río Damují hasta la región sudeste de Yaguaramas, abarcaba una gran extensión de tierras fértiles, idóneas para el desarrollo de la ganadería, tan cotizaba por aquellos tiempos.


Don Evaristo Fernández y Cruz se había convertido en uno de los hacendados más ricos y prósperos de la Isla y contaba con el apoyo del Partido Pedáneo, principal fuerza política de la época en la región.
Sentado tras su escritorio pasaba entre sus manos una carta recibida momentos antes, remitida por el doctor Miranda -título conferido por él mismo-. En ella le comunicaba la inesperada muerte del párroco de Yaguaramas y la decisión de enviar la petición de un nuevo Padre a la Iglesia de Trinidad.
El capitán, muy adulonamente, le ofrecía “sus más sinceras disculpas por verse imposibilitado de asistir personalmente a comunicarle la noticia, pero se encontraba en darle sepultura al Santo Padre y ordenando a un emisario a la Iglesia de Trinidad con la referida petición”
Una sonrisa de triunfo pasó por los labios del Don, esta era la oportunidad de ayudar a un “viejo amigo” que estaba en peligro.
Tomó de una de las gavetas un tabaco y mientras aspiraba su humo los recuerdos se mezclaron con la nube que subía; se vio en España, su tierra natal, y recordó su llegada a Cuba diez años atrás.
-“Con un poco de suerte y  mucha astucia se llega muy lejos”- solía confiarle a su hijo.
Pero Don Evaristo no llegó a ser lo que era solo con la buena suerte y la astucia, se valió de muchas otras cosas.
En el viaje hacia Cuba conoció a un hombre que venía a reunirse con su padre, entabló amistad con él sin saber que era hijo de un rico hacendado del centro del país, conocido y prestigioso ganadero. Ronaldo de Estévez, joven de buen corazón, prometió ayudarlo a su llegada.
Y así fue, lo llevó con él a la hacienda de su padre, que no resultó otra que Alcalde Mayor, y lo colocó en un privilegiado empleo: vendedor de reses.
Su amistad con el joven iba en ascenso y pudo conocer el verdadero motivo de su viaje. Resultaba que el padre de Ronaldo se encontraba gravemente enfermo y quería entregarle a su hijo el negocio antes que llegara el día del adiós, de ahí la premura con que lo mando a buscar.

A los pocos meses falleció. Evaristo se convirtió entonces en al mano derecha de Don Ronaldo, ocupándose directamente de los principales negocios de la hacienda. En menos de dos años era su hombre de confianza, demostrando un vasto conocimiento para la administración y las finanzas.
La suerte ayudó a Evaristo una vez más. Siempre llamó la atención la forma de actuar del capataz de la hacienda y montó sobre él estricta vigilancia, hasta descubrir manejos sucios con el ganado. Chaviano al que todos llamaban “Ronco”, informaba sobre la supuesta muerte de algunas reses, para posteriormente venderlas en beneficio propio. Este descubrimiento le proporcionó a Evaristo la manera de chantajear al Ronco, hombre demasiado cobarde para enfrentársele.
-“Si haces todo lo que te digo, puedes salir muy mal parado en este asunto, y mucha gente se va a enterar de lo que has hecho todo este tiempo”, lo amenazó Evaristo, y con esto fue suficiente para contar desde ese momento con los servicios “desinteresados” del capataz.
Pasó algún tiempo  sin ocurrir nada trascendental y la sed de ambición de Evaristo creció, llegando al límite de desear eliminar al hombre que tan gentilmente lo había acogido. Junto al Ronco planeó llevar a cabo un “lamentable accidente” que lo privara de la vida.
Ronaldo, ingenuo a todo lo que se tramaba en su contra y gozando de la confianza de Evaristo, le confesaba sus deseos más inverosímiles, los cuales siempre se cumplían con la ayuda de su principal amigo. Esta ingenuidad lo llevó a la muerte. Le sugirió a Evaristo a organizar una gran fiesta por la celebración de nochebuena.
-“Que se haga extensivo a todos los peones-ordenó-, ah, y lo más importante, Evaristo, organiza un torneo donde no falten  las carreras de caballos, son las que más me emocionan.”
-“¿Mando a preparar su alazán”?- preguntó entusiasmado Evaristo.
-“Por supuesto, no faltaba más”- dijo Ronaldo entrando en su despacho.
Una malévola y fría sonrisa se posó en los labios de Evaristo.
Todo quedó preparado, el Ronco se encargó de dejar disimuladamente suelta la montura del caballo donde correría Don Ronaldo. La impetuosidad del joven hacendado ayudó a que el  “accidente” fuera más dramático: el alazán salió disparado, levantando una nube de polvo que impidió ver su cuerpo proyectarse violentamente contra las rocas que bordeaban el camino.
Ronaldo no murió en esa oportunidad, pero su columna quedó inmóvil para siempre, y lo obligó a vivir en una silla de ruedas. Lejos estaba de imaginarse la verdadera causa de sus desgracia, y confiado en la inocencia de Evaristo le encargó la administración de la hacienda.
-“No defraudaré su confianza, Don Ronaldo, y multiplicaré mis esfuerzos en aras de llevar  su hacienda a la prosperidad”-dijo Evaristo con enfatizado dramatismo e intensa carga de cinismo.
Pero aun quedaban otras atrocidades por cometer.
Al año de estar en la silla de ruedas y perdiendo toda esperanza de volver a andar con sus propios pies, Ronaldo le hizo una carta a cierto tío materno-único familiar que le quedaba en España- con la idea de que viajara a Cuba y heredara Alcalde Mayor porque así lo decía el testamento. No se encontraba bien de salud y su estado de ánimo iba en decadencia. Le encomendó a Evaristo enviar dicha carta después de explicarle su contenido. No es necesario decir que la carta nunca llegó a su destino.
Dos años más tarde, esperando inútilmente a su tío, murió. Quizás por la tristeza de verse condenado a vivir en una silla de ruedas, o quizás por ciertos somníferos que Evaristo le suministraba cada noche “con mucha preocupación para que durmiera mejor”.
En solo ocho años Evaristo se convirtió en el “heredero” de una gran fortuna y de una formidable hacienda, lejos de todo pecado y libre de posibles especulaciones.
Poco tiempo después mandó a buscar a su hijo. Acostumbrado a la vida madrileña era donjuanero y derrochador, cosa que irritaba a Evaristo.
En los últimos meses lo notó cambiado, bebiendo demasiado. Encargó al Ronco a hacer algunas averiguaciones. Sus pesquisas arrojaron que el joven estaba enamorado de una campesina de la zona llamada Luisa, pero su amor no era correspondido.
-“La guajirita está comprometida con Tata Lechuzo, uno de los monteros de Alcalde Mayor”-le informó el capataz con marcada intención.
Ya vería como quitar del medio a todo el que perjudicara la buena marcha de la familia y del negocio.
Los continuos toques a la puerta lo sacaron de sus cavilaciones.
-“Entre”-ordenó, y sintió odio al ver la figura de aquel hombre frente a él. (Continuará)


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