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martes, 7 de diciembre de 2010

El cayo de los misterios


Efraín Otaño Gerardo

A Tomasito Moreira, por su afición a la pesca… a pesar de los vientos,

A “Pepe” Ríos y “Pepe” Pico (los dos Pepes),
por sus conocimientos de marinería,

a todos los pescadores de la Ciénaga de Zapata


CAPITULO VI

El regreso

¡Que alboroto se formó por mi regreso! Entramos a Caletón con lo primeros rayos de sol. Yo temblaba por la emoción, pensaba en los míos, que de seguro habían perdido toda esperanza de volverme a ver.  
A pesar de la facha que traía, de la drástica reducción de mi peso, y de mis patillas sin afeitar de tantos días, enseguida me reconocieron. 
En la misma playa, me abrazaban uno tras otro, parientes y conocidos, y no me dejaban seguir para mi casa, haciéndome preguntas. Por suerte, muy cerca de allí, tirando la tarraya sobre la arena, se encontraba Manolito, mi hijo, quien al ver el molote que se había armado, guiado por un instinto, corrió hacia donde me tenían “prisionero”.



-¡Sabía que eras tú! ¡Sabía que eras tú!- decía mientras me abrazaba, llorando. Aquello me impresionó, pues, después que creció, después que se hizo un hombre, era la primera vez que lo veía así, envuelto en lágrimas.

El entusiasmo que momentáneamente me había embargado se vino abajo cuando empezaron a preguntarme por Daniel y los demás que salieron conmigo. ¡Qué duro fue decirles lo que había pasado! Entonces, al recordar todo eso, fue que vine a pensar otra vez en la Solitaria.
¡Cuánta vergüenza me dio! La había echado a un lado por completo. La vi a unos metros, debajo de unas matas de uva caleta; estaba sentada junto al árbol, con los ojos puestos en la lejanía. Me reproché haberla abandonado así.

Seguro estaba sufriendo mucho. Mientras regresábamos no había cesado de lamentarse por la suerte de los suyos, y especialmente por la de su hija. Ahora, al verme tan contento, era obvio que sentía sus propias carencias.


Su familia era de Oriente y ella se había mudado un año y medio atrás con una tía para San Isidro, ellos presumían que ella había abandonado el país con el mencionado Carlos, por eso no formularon denuncia alguna.


Fui hacia donde se encontraba. Hasta ese momento había pasado inadvertida, pero cuando me le acerqué, todos la miraron, y además de extrañarse por su presencia junto a mi, quedaron estupefactos por la deformación de la cara.. No dijeron nada. Pero no hacía falta. En sus miradas se notaba todo. Ella se dio cuenta.

Como era de esperar, vinieron las autoridades y luego de los chequeos médicos nos sometieron a los lógicos interrogatorios. Sabíamos que esto iba a suceder, por lo tanto durante el trayecto acordamos, bajo juramento no hablar de las tumbas ni de los muertos; diríamos que a ella la habían abandonado en el cayo después de golpearla con la idea de abandonar el país, y que la golpiza que le desfiguró el rostro fue provocada por su negación a acompañarlos a dejar Cuba e irse rumbo a México.
Cuando la instalé por fin en mi casa, respiramos aliviados. Pasaron varios días recibiendo visitas de amigos y familiares, contando casi de memoria, palabra por palabra de todo lo vivido en el cayo. Visité en un par de ocasiones a la familia de mis compañeros muertos, a la madre de Daniel fundamentalmente que no atinaba a creer lo sucedido.

Quedaba entonces cumplir con las promesa de ayudarla en lo de su rostro. Recordé a mi tío Ramón y su profesión de  técnico de rayos X en el hospital provincial y mediante sus gestiones, pudimos acceder a un maxilo facial que se encargaría de la operación. La cosa resultó más fácil de lo que imaginé. El final resultaría feliz, como en las novelas.

-         La semana que viene ingresas- le dije con alegría
-         Quiero que me ayudes a algo más, ¿podrías?- me preguntó apenada
-         ¡Claro!- aseguré con la satisfacción de poder ayudarla.
-         Quiero ver a mi hija, vive con mi mamá en Holguín- me entregó un papelito- ahí está la dirección, ah! Y por favor, que solo sepan que estoy viva, no le cuentes nada más hasta después de mi operación.

Hice un gesto afirmativo y salí con la idea de darle una vuelta a la gente de mi trabajo, debía empezar el lunes, pues el médico me recomendó recuperarme unos días más.
En la puerta me encontré dos mujeres. No se por qué deduje que eran familia de la Solitaria, y no me equivoqué.
A pesar de la discreción con que se manejó el asunto, la tía de San Isidro, se enteró por boca de alguien que había sido encontrada una mujer con el rostro desfigurado en los cayos del sur de la Ciénaga y mandó a buscar a su hermana a Oriente, porque según explicó”no tuvo valor para venir sola a verificar si se trataba de su sobrina”. ¿Qué podría hacer?


 Las dejé pasar, seguro de la dramática escena que se avecinaba. Prefiero que cada uno de ustedes reproduzca en sus mentes el encuentro de estos seres humanos. Indescriptible.
-¡Ay, Teresita, Teresita…- gemía la madre mientras le pasaba suavemente las manos por su rostro como si no creyera la monstruosidad de la que fue víctima su hija.


- ¡Desgracia´o, yo sabía que era un desgracia´o- vociferaba la tía.
-¿Y mi hija, dónde está mi hija?- atinó a decir la Solitaria.
Silencio.
(Continuará...)


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