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viernes, 17 de diciembre de 2010

A través de un olor del Indio Naborí


Efraín Otaño Gerardo

Mi niñez descalza y pura
como la misma ignorancia
me viene por la fragancia
de una guayaba madura.
Me viene con la espesura,
la choza y el callejón,
y se abre en mi evocación
la vieja herida de un trillo
donde en caballo de millo
cabalgaba la ilusión.

Jesús Orta Ruiz(Indio Naborí)

Mi niñez descalza y pura
me recuerda al curujey
que guindaba del jagüey
más grande de la llanura.
Allí sembré con frescura
una infantil impaciencia
que al abrazarme a la esencia
del monte, y su verde abrigo,
pude conservar conmigo
el fruto de la inocencia.


  
Como la misma ignorancia 
me atacaba en un costado,
salí, buscando el sembrado
de luz, sobre la distancia.
Encontré fértil estancia
en el cauce de un canal,
y al exprimir el panal
de letras contra mi mano,
supe que el punto cubano
me entró por el calcañal.


Me viene por la fragancia
de una laguna, el lenguaje
y difundo en el paisaje
las canciones de la infancia.
Recuerdo aún la elegancia
de la torcaza en su vuelo,
y las noches de desvelo
que al no estar la luz del sol,
nos alumbraba un farol
desde el armario del cielo.


De una guayaba madura
conservo su paladar
porque me supo inculcar
el sabor de la hermosura.
Después, en una montura
de rimas salí trotando,
y cuando el astro, ocultando
sus rayos se fue a dormir,
supe que me iba a morir
entre versos, navegando.



Me viene con la espesura
del monte, mis añoranzas
como notas de esperanza
atadas a mi cintura.
Salí buscando estatura
por el polvo y la neblina,
pero la zarza y la espina
se afianzaron al portal
para quedarme al final
en la misma columbina.

La choza y el callejón
eran la ideal pareja 
que le servían de reja
a mi adolescente embrión.
Era pesca, era tizón
lo poco que conocía,
aunque en mi interior nacía
un pensamiento de adulto
que llevaba dentro, oculto,
la palabra poesía.


Y se abre en mi evocación
-como un agradable imperio-
descubrir cada misterio
de mi tierra de carbón,
estudié cada rincón,
de cada rincón lo suyo,
supe del monte, el cocuyo,
de tradiciones, de enmiendas,
supe también de leyendas
de trincheras y de orgullo.

La vieja herida de un trillo
para siempre se ha cerrado
porque mi voz ha elevado
un templo en el espartillo.
La casimba le dio brillo
a mi rostro manigüero,
y entre el zorzal y el arriero
tengo mi casa de palma
porque me late en el alma
un corazón cienaguero.

Donde en caballo de millo
balanceaba mi contagio,
oía el arrítmico adagio
de las vainas de un soplillo.
Hasta que corrí el pestillo
de una misteriosa grieta,
porque en aquella poceta
donde solía llorar
pude cierta vez pensar
con aliento de poeta.

Cabalgaba la ilusión
hecha de mangle y jiquí
y el verso de Naborí
que me atrapó la pasión.
Un trofeo de carbón
encontraba a cada paso,
y el arrebol del ocaso
le hizo guiño en el sendero
de aquel niño cienaguero
que va camino al Parnaso.








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