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martes, 14 de diciembre de 2010

RECUERDOS BAJO LA ENREDADERA


Efraín Otaño Gerardo

Al Maíz, con sus montes...
sus bejucos
y el recuerdo de mi niñez ...



Un terraplén polvoriento
-serpentina de la tierra-
me llevó hacia aquella sierra
de mi infantil aposento.
Encontré una ruina, el viento
borró las huellas del trillo,
ni siquiera el mamoncillo
del patio se divisaba
y en el lugar donde estaba
mi casa había un soplillo.




Me senté bajo el madero,
entre los brazos del monte
y fue el trino de un sinsonte
la única voz del sendero.
Vino el recuerdo, y certero
trajo consigo al conuco
y pude ver el bejuco
del boniato, florecido
y el Maíz, entristecido,
llorando en el seboruco.



Me vi niño y cenaguero,
yendo para la sabana
al repicar la campana
con plumas del gallinero.
Era un buen muchazo, pero
mi símbolo fue el retozo
y me gustaba, dichoso,
cuando la noche caía
contemplar como dormía
la luna en medio del pozo.


Me fui a cazar el arriero
-dueño de aquellos carriles-
con los sueños infantiles
aferrados al lindero.
Era un hacha, puro acero,
el sostén del comedor,
porque mi padre, escultor
del tronco y del matorral
le daba vida al canal
con sus ríos de sudor.
  
 
Me vi salir al potrero
entre las palmas de guano
para leer del pantano
la historia del carbonero;
palpaba en su mosquitero
el tizne, la noche ruda,
cada madrugada, cruda
por el frío y por la plaga
y su camastro, en la zaga
de un horno pidiendo ayuda.


Estaba regocijado
en pañales de arrebol
con los rayos de un farol
alumbrándome el pasado.
Lloré, se había borrado
el olor a tembladera
y la casa, prisionera
sin el horcón del portal
y mi recuerdo, fatal,
subir por la enredadera.



Miré la luna, y celosa
reflejaba en su barbilla
a la mirada amarilla
de una lámpara chismosa.
Me fui, buscando la Diosa
de la noche. Su tatuaje
oscuro me puso un traje
hecho de cisco y canción
y escribí, con un carbón
mis versos en el paisaje.



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