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lunes, 20 de diciembre de 2010

Voz y Eco. III


Espacio del taller Literario Municipal,  Ciénaga de Zapata





                                


             Pedro Luís Perera







 Suspenso

Desposeído viento de estas soledades
Y bárbaros hombres que regaron avaricias
En el gesto mezquino de proferir
El espanto del pudor.
Las visiones cerraron
Cuando las palabras cortadas
Perdieron la razón.
Todo lo errático y necio:
La piedad y el miedo de los verdes vástagos
Y los peces azules del laberinto
En el sueño, se retuercen adoloridos
Atragantados hasta devorarse por dentro,
Cubriéndolo todo de improperios.
Los cerebros se escapan;
Las cuencas han quedado vacías
Y triste es el silencio
En la vastedad de su manto
Cubriendo las posibilidades;
Espejismo de luces que desaparecen
Y todo parece mediocre;
Se acaba la obra y mudo es el silencio.





 Enrique Vázquez Ravelo

Dialogo poético a la guayabera

Ha sido la guayabera
una prenda de vestir
que lleva adentro el sentir
y el amor de Cuba entera.
Hermana de la palmera
por ser criolla y montuna,
una artista en la tribuna
donde se actúa con fe
y no hay un cubano que
no se haya puesto ninguna.

Yo tuve una guayabera
que mi padre me compró
que hasta su color perdió
colgada en la tendedera,
era vieja si, pero era
la única que tenía
y cuando un guateque había
si puesta no la llevaba
del perchero se escapaba
para hacerme compañía.

Para mí la guayabera
que me ha dado tanta gloria
tiene un pedazo en la historia
de la republica entera.
Excelente compañera
de extraordinaria valía
y miren si todavía
el pueblo entero la nombra
que todo el mundo se asombra
si no está en la canturía.

 

    Alexei Sánchez
                                      



Portentos


Portento uno

Para Erika.

Desde que llegó, para no ser “despedidos por los aires”, todos vivían atentísimos a los instantes en que abría y cerraba los ojos; aquella mujer de pestañas inmensas.

Portento dos

Para Guely.

Sólo cuando ella lo miró con aquellos inmensos ojos de aromático y claro café bajo el sol del trópico, él pudo comprender la redondez de la tierra, del sol y de los planetas; el significado de la esfera celeste y del extraño instrumento astronómico llamado esfera armilar, y sobre todo: lo que quiso decir Cortázar, cuando habló de la esfericidad del cuento. 

Portento tres

Inspirado en pasajes de la novela ¡La Habana nunca más!, de Wolgango Montes Vannuci.

El hombre, en aquella cama inmensa y blanca como el salar de Uyuni, vivía una alucinante felicidad. Tenía el doble privilegio de provocar y asistir a los extraordinarios y místicos orgasmos de Ella.
Ella, moría por un instante después de cada orgasmo. Era como si una diminuta muerte esparciera por su cuerpo una lividez cianótica, azul violeta.
El hombre asistía a estos momentos con el corazón en vilo, tal y como hace muchos años, presenciaba en la costa de su isla, la salida del sol en el mar.
Cuando instantes después del orgasmo, Ella, volvía a la vida; iluminaba el cuerpo del hombre con una sonrisa, y lo cobijaba en su regazo.
Un atardecer, después del éxtasis, el hombre se preparó para asistir a la maravilla de la muerte y resurrección de su amada. Esta vez,  el sol de los ojos de Ella, no ascendió sobre la tierra temblorosa de su cuerpo. La palidez azul violeta, se quedó para siempre. Entonces, el hombre se aterró al recordar lo que había leído en aquel distante libro de Alquimia, que hablada de seres hechos para el amor, cuyo tiempo de vida estaba relacionado con el goce del amor y del sexo. El tiempo de existencia de esos seres, se contaba por la cantidad de éxtasis en la cumbre del amor, por orgasmos, en vez de por años de vida…   
El hombre, en aquella cama inmensa y blanca como el salar de Uyuni…

Portento cuatro

Inspirado en pasajes de la novela inédita El sol es un fragmento de moneda anaranjada, de Alez Sanarte.

La realidad y los recuerdos que habitan su corazón, conducidos por la corriente tumultuosa de la sangre, bajan por las venas hasta sus manos y fluyen por sus dedos, sublimados en forma de letras, que forman el texto: Mushlan. Pequeña, morena, delgada, flexible como un junco, con sus trenzas negrísimas saltando sobre sus hombros al compás del movimiento de la cabeza. Mushlan. Ojos de café tostado, pequeña nariz cuadrada, boca que se ladeaba en su sonrisa, dejando entrever una nacarada dentadura de conchas del Caribe pulidas por manos habilísimas; y en la encía, sobre sus dos dientes delanteros ligeramente separados, esa diminuta protuberancia de carne rosada que me encantaba tocar con mi lengua cuando la besaba. Mushlan. Silencios y gritos ahogados del amor, manos y boca que me recorren devorando, bebiendo. Arbusto meciéndose sobre mí, enterrándose en mi raíz como una ballesta, que lanza estrellas al cielo nocturno de nuestra cama,  acertándole a la manzana del universo que colgaba de la mano de un dios desconocido. Mushlan. Mano tendida, hombro, pecho que recogía mis lágrimas de nocturnas derrotas, y cultivaba con ellas, en su tierra azulísima, flores nunca vistas para ofrecérmelas al amanecer. Mushlan. Lago y barca, horizonte e isla...
El escritor, ha abierto las compuertas de sus venas. La luz cegadora, la oscuridad o el claroscuro de la sangre, llenan la hoja en blanco…
El escritor, teje sus palabras, trama la historia.











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