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sábado, 27 de noviembre de 2010

El cayo de los misterios



Efraín Otaño Gerardo

A Tomasito Moreira, por su afición a la pesca… a pesar de los vientos,

A “Pepe” Ríos y “Pepe” Pico (los dos Pepes),
por sus conocimientos de marinería,

a todos los pescadores de la Ciénaga de Zapata

Capitulo III.

La solitaria

E
n algún lugar del cayo alguien no quería darse a conocer. Alguien que perdido en el mar, vino a parar a este sitio y al vivir algunos años solo había perdido el juicio e imaginara todo esto del “cayo de los misterios”.  
Por la tarde, más animado y con el pensamiento fijo en Robinson Crusoe, decidí investigar más a fondo el lugar donde me encontraba. Exploré  la playa que terminaba en el manglar, un gran bajizal de arenas fangosas se extendía de este a oeste, pero nada que me diera alguna pista. Volví desanimado por el fracaso y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo  al entrar a mi “acogedora morada”; cerca de la hamaca, en el mismo tronco del que hablé, se encontraba la mencionada cazuela de coco con el apetitoso caldo del día anterior.

“Quien sea que esté haciendo esto, bienvenido”-bendije, mientras miraba en todas direcciones buscando el posible hallazgo de alguna huella, y al no ver nada más que el vapor que subía del plato, devoré aquel brebaje en menos tiempo de lo que dura un merengue en la puerta de un colegio.

Tan oportuna cena me produjo un relajamiento en todo el cuerpo que me ayudó a sentirme mejor.
La noche se acercaba y el plagazo aumentó hasta hacerse insoportable. En casos como esos, el tiempo pasa lentamente y la desesperación hace mellas en tu sistema nervioso. No sé exactamente a que hora salí del “varaentierra” con la idea de que la brisa, que comenzaba a batir, amortiguara un poco la “plaga”. 

  Pensé entonces en el regreso y en mi casa. ¿Cómo estarían allá?
¿Cuánto tiempo había pasado desde el día en que perdí el conocimiento? Seguro me daban por muerto.  Y yo sin poder avisar, sin saber siquiera dónde me hallaba.
  ¿Estaría en uno de los cayos del Sur de la Península de Zapata o estaría mas al Sur, en el archipiélago de los  Canarreos, cerca de la Isla de la Juventud?
  Todas estas interrogantes me llenaban de impaciencia. Ensimismado  en mis preocupaciones creí sentir un lamento espantoso. Agucé mi oído y me llegó con más fuerza; era un grito de queja muy doloroso. El gemido se repitió y pude identificar claramente que se trataba de una mujer. Mi cuerpo se estremeció y me ericé hasta el último pelo, no pude moverme. ¿Qué le estaría sucediendo? ¿Era ella quien me traía los alimentos?
   Hay momentos en la vida de un hombre, en que por mucho miedo uno sienta, tiene que decidirse a enfrentar el peligro. Dudé, pero mi orgullo de “macho” me hizo avanzar hacia donde provenía el grito-lamento-gemido. Corrí. Era la primera oportunidad clara que tenía para descubrir lo que estaba sucediendo.
  La luz de la luna se reflejada en el agua de la playa, que en calma, mantenía un murmullo casi imperceptible, y el silencio reinante en el cayo hicieron mas fácil la localización de los lamentos, realmente esa era la palabra adecuada para aquel sonido.
  Di la vuelta, cautelosamente, al recodo que doblaba hacia la otra parte del cayo. Allí, en un pequeño promontorio que penetraba en el agua, se divisaba la silueta de una mujer con el rostro erguido al cielo. No se percató mi presencia continuó en una especie de ruego, seguramente a algún ser sobrenatural como si llevara a cabo un rito religioso.

¿Sería posible que ella sea la persona que me había estado ayudando  durante mi estancia en el cayo? ¿Una mujer?
  Vacilaba si hacerme notar o no. Terminé por irme y dejarla en su desconsuelo, o de alguna forma su consuelo. Buscaría la manera de comunicarme con ella.
-          “Le dejaré una nota”-pensé durante el trayecto hacía el vara en tierra
   Debo decir que dormí muy poco esa noche. Al  amanecer busqué en los alrededores del montecito de casuarina algo que me sirviera para escribir una nota. Cerca del diente perro encontré un pedazo de tabla, y con  una piedra terminada en punta escribí:
 “Anoche no quise interrumpirte, sé que me has ayudadazo, ¿por qué siempre desapareces?, ¿por qué no hablamos?  

 Salí, mi pierna ya se había repuesto y pude caminar con facilidad para  explorar la parte del bajizal donde se internaba el mangle. Aquel lugar me presagiaba alguna sorpresa, pensaba que en cualquier momento se me fuera a mostrar. Pero nada. Al regresar, ya casi al mediodía, encontré la respuesta a mi nota:

 “No quiero saber nada de los hombres, todos son unos criminales, no hay sociedad”                                                     
                                                                                                            La Solitaria.

 No estaba equivocado. Era quien me había ayudado en todo momento. Sentí una ganas tremenda de hallarla, aunque era evidente que ella no sentía lo mismo. ¿Cómo había llegado? Seguramente igual que yo. Y estaba sola, como indicaba la firma.
“La voy a encontrar”- me propuse

 Reflexionando sobre sus inesperadas e inexplicables visitas al vara en tierra sin que yo la descubriera, y a la vez que ninguna huella se hiciera evidente dentro del cayo me hizo suponer que su escondite tenía la ruta por el agua y vino a mi memoria-una vez más- el mangle que se internaba en el mar.
 Durante el recorrido de la mañana, no encontré allí ningún trillo o vereda en el manglar. ¿Por donde entonces podría estar su escondite?
 -“Esta mujer o vuela o camina por arriba de los palos”- exclamé.
  Mi subconsciente, como un relámpago, funcionó.
 -“Por arriba de los palos”-casi grité y salí disparado hacia la playa donde estaba el manglar.

Al cabo de un tiempo de búsqueda minuciosa, encontré las marcas de sus pasos por encima de los mangles.
 Resuelto a cualquier cosa, subí a los gajos y comencé a avanzar en dirección a las marcas dejadas. A los 50 metros, aproximadamente, el mar terminó, dando paso a una especie de arena fangosa que hay debajo de los manglares, y un poco mas adelante se acercaba un claro.
 Un pequeño  vara en tierra se levantaba.  Mis manos expiraban un sudor extraño, temblé una vez más durante mi estancia en el cayo, pero avancé.  Dentro había una nota:

 “Sabía que ibas a dar conmigo, he tomado  mis precauciones”
                                                                 La Solitaria


(Continuará…)


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