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viernes, 19 de noviembre de 2010

FIESTA DE ALAS.




                                                              Por Oscar R. Verdeal Carrasco
                                                           

“…entre los ruidos estridentes, oigo la música de la selva, como de finísimos violines; la música ondea, se enlaza y desata, abre el ala y se posa, titila y se eleva, siempre sutil y mínima; es la miríada del son fluido: ¿qué alas rozan las hojas? ¿qué violín diminuto, y oleadas de violines, sacan son, y alma a las hojas? ¿qué danza de almas de hojas?”
José Martí.

Entran los observadores de aves al bosque como devotos a una catedral: en silencio, con la vista levantada y el oído atento al menor sonido.
A escasos metros de la línea asfáltica, signo evidente de la acción del hombre, comienza a percibirse el silencio de la naturaleza, que no es el silencio de las catedrales; éste, a diferencia de aquel, está lleno de trinos, unos más graves, otros tan agudos que sólo los capta un oído entrenado.
Para cumplir el objetivo que perseguimos, necesitamos uno de los especializados guías de la zona, el que nos llevará al lugar exacto. Avanzados sólo doscientos metros, rodeados por esta música, iluminados por toda la luz de este diáfano día de marzo, cuando llegamos ante nuestro objetivo: la percha del zunzuncito.

Esta diminuta ave, cuyo nombre científico es Mellisuga helenae, mide sólo 5.5 cm desde la punta del pico hasta el final de la cola; el macho es la más pequeña de las aves. Cosa curiosa, la hembra es ligeramente mayor. Ambos son endémicos de Cuba y la Isla de la Juventud.
Aprovechando su temporal ausencia, hemos emplazado nuestro trípode con su telescopio; el lente nos permitirá acortar la distancia sin molestar a nuestro singular amigo.
Distraídos por aleteos y trinos de los más diversos tipos, nos llama la atención el guía; ya está allí, un diminuto punto sobre la rama seca que le sirve de atalaya.
Enfocamos hacia él los equipos, acercándonos lo suficiente para deleitarnos con esta pequeña maravilla del reino animal. Su expresión es fiera, está cuidando sus dominios donde están sus compañeras en la preparación de sus nidos. El ceño fruncido, el pico enhiesto, todo listo para despegar rápidamente, tal y como lo hace en unos minutos, dejándonos en blanco el lente.
Regresa de su recorrido poco después y se ubica de frente al sol, su  roja barba parece una pequeña llama sobre la pechera clara. Al virarse, notamos la cinta verde azul que recorre todo su cuerpo.
Sus despegues y aterrizajes se suceden, precedidos en ocasiones por un sonido muy agudo, que el guía imita y es contestado con furia.



Mientras lo observamos, pensamos en cuan maravillosa es la naturaleza capaz de crear un ser tan pequeño, lleno de color y vitalidad.
No sólo es el ave más pequeña, sino que su belleza es digna de ser protegida.
Cuando logramos romper el hechizo y miramos los relojes, nos damos cuenta que ha transcurrido una hora: sesenta minutos totalmente libres del ajetreo de la vida cotidiana, con nuestros pulmones henchidos de aire puro, el oído navegando en la música del bosque y la vista disfrutando de una de las maravillas de la naturaleza.




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