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martes, 16 de noviembre de 2010

Tras Cosculluela en el Humedal.

                                                                             


 Por Julio Antonio Amorín Ponce


 “El excelso Cosculluela”
Nadie pondría a prueba nuestra admiración y orgullo de ser descendiente profesional directo de aquel, que formuló e hizo historia dentro del húmedo terruño. Tan evidente es la afiliación, que el título de la Sección lo denuncia a golpe de vista.
Entonces, se justifica plenamente un comienzo biográfico a base del Primer Historiador de la Ciénaga de Zapata; agradeciendo al destacado hombre de ciencias (Carlos Roque García) sus aportes en tal empeño, cuando con excelencia escribió sobre Juan Antonio Cosculluela Barrera, cosa esta que nos ha servido de mucho a nosotros para biografiar al Padre de la historiografía cenaguera.

Nació el intrépido en La Habana un 30 de abril de 1884, recibiendo su niñez gran influencia camagüeyana. Siempre destacó en él un carácter rebelde, intranquilo y patriótico.
Logra formarse como ingeniero civil y pronto hace gala de su mente preclara, cuando designado por el decreto presidencial de 21 de junio de 1912 integra una Comisión de tres ingenieros, que con los trabajos de desecación (desagüe) en la Ciénaga de Zapata se presentasen: José Primelles, Juan Plasencia y Juan Antonio.
Desde mayo de 1913 aquel joven ingeniero (29 años) comienza su peregrinar por todo el territorio, deslindando y proyectando la gran obra.
La atracción cognoscitiva que ejerce la Ciénaga hace mella en la inquieta personalidad, que desde entonces parece devorar el tiempo, cautivado por: contrastantes terrenos, litigios sobre linderos, atípicos habitantes, interesantes leyendas y fértil asiento prehispánico.
Claro, como culto habanero, ya venía relacionándose con sabios de la talla de Fernando Ortiz, Luís Montané y Carlos de la Torre; quienes motivaron aún más la inclinación de Juan Antonio por los procesos humanos.
 Él quiso averiguar si la historia del guajiro era cierta, y le rogó al señor Caro para que le sirviera de práctico en aras de ir al lometón. Sobre las 10:00 AM del 6 de octubre de 1913 comienza la excavación ¡por vez primera un hombre del siglo XX se encontraba con restos de los aborígenes de nuestra Ciénaga! Colectando el primer cráneo no deformado del hombre prehispánico cubano, significativo aporte para la arqueología dado que nacía entonces una  nueva terminología que designaba al grupo “Guayabo Blanco”.
Viaja rápidamente el descubridor a La Habana, da cuenta de su gran hallazgo a la Secretaría de Obras Públicas y a los doctores Ortiz y Montané. Este hecho, de seguro reforzó las relaciones y amistad de nuestro antecesor con las personalidades intelectuales más prominentes de la época.
Pero no condicionemos la grandeza de aquel con tales amistades, si bien tal acaecer catapultó a Cosculluela hacia la cúspide de la intelectualidad habanera y criolla, fueron determinantes sus amplios conocimientos de hidráulica, sanidad, bacteriología y más tarde (etnología, prehistoria y arqueología) para abrirse paso en ese contexto social ¡las grandes luminarias expanden luz propia!
Ejerció la docencia en la Universidad de La Habana, dejando huellas imborrables en el alumnado por su didáctica y magnetismo extraordinario.
También a propuesta de Don Fernando Ortiz fue elegido el 3 de agosto de 1923 como Académico de Número en la Academia de la Historia hasta marzo 23 de 1931.
Su quehacer investigativo tuvo como colofón varias obras escritas: Cuba y Haití; Sincronismo de las culturas indo antillanas; La prehistoria de Cuba; Puntos fundamentales de la prehistoria de Cuba; 4 años en la Ciénaga de Zapata.
El libro sobre nuestro territorio fue impreso en julio de        1918, constituyéndose en su primer aporte literario y hasta   hoy, el texto más completo y de obligada consulta para los    que se interesen por la basta región sureña.
Del mismo modo que exaltamos la valía del biografiado, tenemos que reconocer la existencia de detractores dentro y “allende los bosques”, aludiendo ellos: lo fantástico de los relatos, y la incongruencia al abordar objetivamente a los habitantes de estos lares; viéndose los cenagueros enajenados por la pluma del escritor, toda vez, que árbol genealógico, sabaneo, costumbres habitacionales y relaciones tribales, acercan más a la  prehistoria que a la civilización seudo republicana.
En más de una ocasión he tenido como deber moral, llamar a la reflexión a aquellos que el solo hecho de escuchar la palabra Cosculluela, llenan de improperios el espacio como si se hubiese invocado a Satanás; sobre todo las féminas ancianas y que constituyen raíces genealógicas.
Desterrar para siempre a nuestro primer historiador por haber plasmado en su libro rasgos culturales denigrantes e irritante para el cenaguero – aunque gran parte de los descrito en tal sentido no se corresponda con lo observado por él, sino síntesis de las oídas de su práctico “El Catalán” – sería una injustificable ingratitud e injusticia histórica, dado que el quehacer humano es obligatorio analizarlo desde el prisma de su época y no, desde el ángulo más cercano y cómodo a nosotros y por ende, más distante de ellos.
Para que nadie nos tilde de Cosculluense o cuan “Padre de las Casas”, damos por válidas las otrora negativas formas de actuar y pensar que se correspondan con la insalubridad, incultura y relación con el medio natural; convirtiéndonos al mismo tiempo en detractor concluyente, de aquellas escrituras que acercan más al cenaguero a un estadío antrópico de barbarie por ADN, que a ciudadanos abandonados a su suerte. Pero aún así, categorizados como seres pensantes y aptos para buscar alternativas ante males sociales de todo un país.
Retomando el hilo biográfico, Cosculluela ha pasado a la historia con ribetes dorados, no solo por la inmortal obra escrita de 497 páginas, sino también por sus conocimientos ingenieros y visión económica del futuro: El ferrocarril Australia – Bahía de Cochinos con más de 15 kilómetros sobre suelo cenagoso; nacimiento feliz del Central “Australia”; fomento de dos colonias de caña en San Isidro y Santa Teresa, viviendo en la primera por espacio de tres años, constituyen elementos demostrativos de la grandeza de este hombre.
Fallece a los 66 años de edad, el 16 de mayo de 1950 en la calle Línea No 612 en el Vedado, Ciudad de La Habana, producto de una insuficiencia cardiaca. Sus restos descansan en el  suroeste Cuadro 14 de Campo Común, Osario 32813, de la Necrópolis Cristóbal Colón.
Aún nos guía el eco de sus esclarecedoras palabras entre costaneras, herbazal, bosque y litoral, cuando sentenció: “… la zona ocupada hoy por la gran Ciénaga de Zapata, cuyo litoral marítimo se desarrolla caprichosamente, desde la bahía de Jagua hasta la Ensenada de la Broa, es sin disputa alguna la más prominente en cuanto a vestigios y remembranzas de pasadas épocas.
Difícilmente se encuentre en toda la Isla, una región más interesante que la de Zapata.

En cualquier orden de estadío que se considere… es en fin la cuenca, compendio histórico de todos los acontecimientos más culminantes de nuestra Isla, donde cada accidente topográfico, bien sea en su interior o en el litoral, recuerda algún hecho importante de nuestra vida, estando sus costas especialmente unidas al recuerdo de los dos hombres más grandes de la monarquía española en la época del descubrimiento y conquista del nuevo mundo: Colón y Cortés… ”.

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